Nada es ya lo que era
y es una suerte:
te acuerdas
de la torpeza de cuando jóvenes,
ese desconcierto de correr a ciegas
y el dolor esperando en cada curva del camino.
Nada es como antes
y es un milagro
haber sobrevivido a las tormentas
–a todas las tormentas–
y que sigamos, cada vez
más ligeros de equipaje,
en el camino.
Nada es igual
y gracias.
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