He estado leyendo este libro la última semana. Aunque intenta dar esperanza al final de cada capítulo con acciones cívicas que se pueden hacer para poner freno a tanta locura, al acabar de leerlo me quedé con una sensación horrible. He soñado con cerdos en cajas que no se pueden dar la vuelta para rascarse, vacas que engordan dentro de jaulas y sus piernas no soportan su propio peso, patos alimentados a la fuerza para que se les hinche el hígado, extensiones de maiz transgénico, peces de piscifactoría comiendo sus propios excrementos llenos de antibióticos, botellas de pet que se rellenan con la misma cantidad de agua que se usa para fabricarlas y toneladas de fruta y verduras que recorren miles de kilómetros gastando recursos que el planeta no tiene, cuando la fruta que se cria cerca se queda sin mercado donde venderse. Necesitaba un paseo por el campo para reconciliarme con el mundo, y ver animales y árboles y pensar al menos, que son felices.
Lo pensé de estas ovejas, de los caballos, de las dos humanas que comían en "el mejor restaurante del mundo",de las vacas, del burro que vimos en San Felices de los Gallegos y no nos hizo ni caso, y espero que también sean felices este burro al que si pude fotografiar, estos cerdos de Castillejo de Martín viejo , y los carneros que pastaban al pie de la fortaleza de Almeida (Portugal).
También pensé que cuando sea viejecita, me gustaría estar en un pueblo tranquilo, arrastrar mi silla de enea hasta la plaza y charlar con las vecinas o quedarnos en silencio y que mi cara transmita la tranquilidad y la paz que vi ayer en las caras de l@s abuelitos que disfrutaban de la tarde soleada después de tantos días de lluvia.
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