Foto: Fernando Elvira |
Desde que Menganito empezó a salir con Fulanito no lo he visto a solas. Siempre que intento hacer algún plan con Menganito, o simplemente propongo tomar un café, Menganito se encarga de informarme de los horarios y gustos de Fulanito, con la intención de que los tengamos en cuenta con carácter prioritario a la hora de decidir (tentación tengo de reservar en una parrilla argentina, aunque seguro que el novio vegetariano encontraría ensalada vegetal en la carta).
Ya no digo que Menganito necesite contarme algo a solas: si soy yo la que tengo que contarle algo íntimo o personal, tendré que hacerlo siempre en presencia de Fulanito, aunque no me inspire ninguna cercanía ni confianza. Otra opción es dejar de contárselo a Menganito, o esperar a que la Virgen del Carmen ilumine a Fulanito y se decida a no apuntarse (los milagros existen, dicen).
Hay quien dice que hay que madurar y adaptarse a los cambios, que una forma de demostrar el amor es dejar marchar a la gente (excluyendo las relaciones de pareja que se terminan, no me parece aplicable) A mi, más bien me parece, que si dejo pasar la situación, como si no me importase, sin luchar por lo que creo que merece la pena, perderé a un amigo y ganaré un conocido bicéfalo al que cada vez me apetezca menos ver.
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